Hola a todas y todos. He tardado en publicar esta entrada porque quería tomarme el tiempo de pensar bien hacia dónde va este blog. A partir de ahora, seguirá siendo un espacio para la fotografía (que sigue siendo mi punto de partida) pero también se abrirá a otras formas de contar: relatos breves, canciones que me acompañan, libros que me han dejado huella y que me gustaría recomendaros. Cada entrada será una puerta abierta: podéis comentar lo que queráis como siempre. Y como estoy haciendo últimamente, iré alternando entre el castellano y el catalan, según lo que pida el momento. Gracias por seguir aquí. Un abrazo.
Hoy, paseando por el puerto, me encontré con una cadena apartada, olvidada en un rincón donde casi nadie se detiene. El hierro estaba gastado, cubierto de óxido, como si hubiera esperado demasiado tiempo a que alguien volviera a mirarla.
Me quedé allí, quieto, escuchando el rumor del agua y el crujido lejano de los barcos. Y de pronto, cada eslabón empezó a devolverme imágenes: tardes de infancia en las que corría por este mismo muelle, voces que ya no escucho, miradas que se fueron con el viento. La cadena parecía guardar todo aquello que yo había perdido, como si el tiempo se hubiera enredado en su peso.
Sentí una mezcla extraña: el deseo de soltar y la necesidad de conservar. El puerto seguía vivo, indiferente, pero yo me quedé atrapado en esa memoria suspendida. La cadena del tiempo estaba allí, apartada, y sin embargo me sostuvo, me recordó que incluso lo que se oxida sigue formando parte de mí.
Quizá por eso no pude apartar la vista. Porque en ella reconocí lo que fui, lo que ya no soy, y lo que aún me acompaña mientras aprendo a mirar hacia adelante.
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