El instituto aún respira calma. No es un silencio vacío, sino una quietud cargada de espera. Las aulas, poco a poco, se despiertan con un murmullo de vida: cajas que se abren, estanterías que se llenan y mesas que aguardan a ser puestas en su lugar. Pero en un rincón, una imagen diferente rompe el orden. Las mesas están dispuestas al revés, una tras otra, formando un túnel extraño. Sus patas de hierro, rígidas, se alzan como arcos decrecientes que se pierden en la penumbra. No es solo una fila de mesas; es un pasillo secreto, una entrada a un misterio. El edificio, aunque vacío, no está del todo inerte. Su silencio es espeso, denso, como si guardara algo oculto entre sus paredes. Al acercarse, se percibe un susurro débil, como voces que se escapan entre las patas de hierro. Algunos dicen que son recuerdos atrapados; otros, que son advertencias. Quien camina hasta el final del pasillo, aseguran, no regresa igual. A veces vuelve con la mirada perdida, como si hubiera visto algo inefable....