El último viaje
La verdad es que es la primera vez que experimento con la inteligencia artificial para editar una imagen. Y sí, es increíblemente fácil: le puedes pedir lo que quieras y lo hace. En esta imagen, por ejemplo, solo estaba el velero. Le pedí que añadiera el resto de elementos —el faro, las gaviotas, el sol y su reflejo en el mar— y el resultado es muy bonito, no lo voy a negar.
Pero, aun así, me queda una sensación rara… como si estuviera engañando a quien la ve. El montaje es atractivo, sí, pero yo prefiero mostrar la versión original. Quizás es que soy de otra época. Sé que hoy en día muchas imágenes y vídeos están generados o retocados con IA, pero qué queréis que os diga: a mí me siguen gustando las cosas tal como son, con sus imperfecciones
El viejo barco de vela, con las velas medio deshilachadas por el paso de los años, avanzaba con paso lento y solemne por las aguas tranquilas. No corría, no luchaba contra el viento. Navegaba como quien sabe que cada movimiento es una despedida, como si cada crujido de la madera fuera una nota de una melodía antigua. Aquel era su último viaje, y lo sabía.
Desde la punta del acantilado, el faro observaba en silencio. Su luz giraba con constancia, como un corazón que late para guiar a los perdidos. No había tormenta esa noche, ni niebla ni peligro. Pero el faro brillaba igual, fiel a su propósito, como si quisiera honrar el paso del barco con su presencia.
Las gaviotas, tres almas aladas, se cernían sobre el barco como si fueran espíritus guardianes. Una de ellas se puso en el palo mayor, quieta, contemplativa, como si quisiera acompañar al navegante en ese trayecto hacia el infinito. Las otras dos giraban por el cielo, gritando con voces agudas que rompían la quietud del atardecer, como si quisieran anunciar al mundo que algo se estaba despidiendo.
El mar, calmado como nunca, acogía el barco con ternura. Cada ola era una caricia, cada reflejo del sol un recuerdo compartido. El navegante, solo en la cubierta, sonreía con los ojos húmedos. No necesitaba más: el faro, las gaviotas, el sol y el mar le habían regalado una última danza. Una danza lenta, digna, llena de silencio y significado.
A medida que la luz del día se desvanecía, el barco desapareció lentamente entre las sombras doradas, como si se adentrara en un sueño. Su rastro quedó suspendido en el aire, en el murmullo de las gaviotas, en la luz persistente del faro y en la memoria del mar.
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