La Flor que no quería ser encontrada

Ayer por la mañana decidí dar un paseo por el bosque. Hacía días que no iba, y me apetecía caminar un rato entre árboles y silencio. El sendero estaba tranquilo, con el suelo cubierto de hojas y musgo. El aire olía a tierra húmeda, de esa que solo se encuentra cuando el bosque ha dormido bajo el rocío.

De repente, entre las sombras, vi una flor amarilla muy pequeña. Era tan discreta que casi no la veía. Estaba sola, rodeada de musgo verde, como si hubiera crecido en secreto. La luz del sol la tocaba justo encima, como si la estuviera cuidando. Parecía brillar un poco, como si fuera especial.

A su lado había un hilo muy fino, como una telaraña colgando entre dos ramas. Era tan delgado que solo se veía si te movías y el sol lo iluminaba. Me acerqué con mucho cuidado, sin hacer ruido. Todo estaba tan silencioso que podía oír mi corazón latir.

Me quedé quieto, mirándola. Tenía ganas de hacerle una foto, para recordar aquel momento. Saqué el móvil, pero la pantalla se puso negra de repente. No funcionaba. Pulsé los botones, pero nada. Como si el bosque no quisiera que la capturara.

Sentí una ligera inquietud, pero también una extraña paz. Me fui sin tocar nada, caminando lentamente hacia casa. Al llegar, me miré los zapatos. Estaban secos, limpios, como si no hubiera caminado por el bosque. Me pareció extraño, pero no le di demasiada importancia.

Dejé las cosas sobre la mesa, y al meter la mano en el bolsillo, noté algo. Era un pétalo amarillo. Pequeño, suave, perfecto. Yo no lo había cogido, estaba seguro. Lo miré un rato, sin saber qué pensar.

Hoy al despertarme he visto que aún está aquí, sobre la mesa. No sé si la flor era real, pero desde ayer tengo la sensación de que algo ha cambiado. Como si el bosque me hubiera dicho algo, sin palabras, solo con silencio y luz.

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