Albada - Sa Palomera, Blanes
Cada mañana, antes de que el pueblo despertara, Clara bajaba sola a la playa. No necesitaba reloj: el sol le marcaba la hora con su primer rayo dorado que se colaba entre las rocas. Aquella cala era su refugio, su rincón secreto donde el mundo parecía detenerse.
Las dos barcas blancas, varadas sobre la arena, eran como viejas amigas que esperaban su visita. Clara les hablaba en voz baja, como si pudieran entenderla. Les contaba sus sueños, sus miedos, sus ganas de zarpar algún día sin rumbo fijo.
Ese amanecer, el cielo ardía en tonos cálidos y el mar estaba tan quieto que parecía un espejo. Clara se sentó junto a una de las barcas y cerró los ojos. El viento le acarició el rostro, y por un instante, sintió que todo estaba bien. Que no hacía falta irse lejos para encontrar la paz.
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Comentaris
Un abrazo.
Un abrazo.
Una meravella que només es pot copsar si un es lleva d'hora.
Preciosa, Jordi!
Aferradetes.
Moltes gràcies, Jordi.
Una abraçada